Mujeres migrantes de Centroamérica, la doble discriminación

Para muchas mujeres en Centroamérica migrar se ha convertido casi en una obligación más que en una opción. La violencia (intrafamiliar y callejera), la desigualdad de oportunidades de empleo y económicas en general, más las catástrofes naturales, se han transformado en problemas sociales acuciantes que afectan la vida cotidiana al punto de hacerla insostenible, a lo que se suma la pandemia de la COVID-19y las consecuencias sanitarias que ha conllevado.

Según el último informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU),1 para 2019, de los 272 millones de migrantes internacionales en el mundo, 48 % fueron mujeres; una cifra que se escribe fácil pero que –para hacernos una idea– en lo concreto alcanzaría a la misma cantidad de población total de Italia y Reino Unidos juntas.

Estados Unidos de América (EE. UU.) es el principal destino de los migrantes latinoamericanos; las comunidades de centroamericanos en el país del norte son cada vez más numerosas, por lo que uno de los motivos de la migración es la anhelada reunificación familiar. Las caravanas de migrantes son el reflejo de la crónica diaria de países como Honduras, Guatemala, El Salvador (el Triángulo Norte) y de algunas regiones de México donde la violencia se ha vuelto sistemática: el fuego cruzado entre bandas, las amenazas de muerte, el reclutamiento forzoso de menores para sumarlos a estructuras delincuenciales2, aunada a la desigualdad de oportunidades económicas.

En el caso de las mujeres, sobre ellas ha recaído el peso de la administración y cuidados de los hogares e hijos de quienes migran (la mayoría hombres), lo que implica la duplicación del trabajo doméstico y de cuidado, ya de por sí subordinado a la discriminación de género y a la invisibilidad dentro de las políticas de atención y remuneración tanto del Estado como del sector privado, sumado a las jornadas de trabajo remunerado que también deben ejercer para subsistir. Esto ha llevado a que cada vez sea mayor la cantidad de mujeres que migran juntos con sus hijos, e incluso mujeres jóvenes y menores de edad.

En los países de origen, muchas mujeres deciden huir del crimen organizado que se verifica especialmente en México y los países del Triángulo Norte. Los jóvenes y la infancia de sectores populares están expuestos a ser secuestrados y reclutados por pandillas que, a su vez, acosan y amenazan a madres, hermanas y demás mujeres del núcleo familiar.

En cada una de las fases del ciclo migratorio los riesgos se multiplican para las mujeres. Tanto el país de origen, como en los países de tránsito, destino y retorno, la primera carga que llevan sobre sí las mujeres es la discriminación de género y la vulnerabilización sexual, al ser objeto de violaciones, secuestros para trata de personas, extorsión e incluso asesinato.

Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), afirmó la necesidad de tomar en cuenta las condiciones de vulneración de las mujeres en toda la ruta migratoria: “En el estudio de la migración el papel de la mujer debe analizarse desde un enfoque diferenciado, ya que está sujeta a diversas vulnerabilidades, no solo en las comunidades de origen, sino también durante los desplazamientos”.3

Al panorama de pobreza extrema se le suma la violencia intrafamiliar, cuya cifra en estos cuatro países en 2019 fue de 1.555 mujeres asesinadas.4 Siendo Honduras la nación con más casos de femicidios (6,2 por cada 100.000 habitantes) en Latinoamérica y México con 983 casos fatales, el segundo –después de Brasil– en el continente.

El tránsito es un estadio de incertidumbre constante para los migrantes. A las largas jornadas de caminata expuestos al sol y con poca o muy escasa hidratación, sin dormir o durmiendo a la intemperie, se suman las olas de frío que en las últimas semanas han golpeado al norte de México. Una vez en la frontera, los trámites migratorios acarrean una larga espera, además de poder ser separados de familiares (incluso hijos de sus madres) por los protocolos de seguridad impuestos por las políticas migratorias de la administración Trump, que la nueva administración Biden aunque haya anunciado reformas no ha derogado del todo, como es el caso de los centros de detención de niños migrantes que aún funcionan, por ejemplo.

Asimismo, la violencia en las zonas fronterizas entre México y EE. UU. se manifiesta tanto por la persecución y represión de los guardias fronterizos de ambos países, como por los más de 165 grupos paramilitares supremacistas blancos, que defienden el nacionalismo y se hacen llamar “Migrant Hunters”, y que, como su nombre lo indica, se dedican a “cazar” migrantes, secuestrarlos y entregarlos a las autoridades o asesinarlos a sangre fría y enterrarlos en el desierto. Una forma de evadir a estos grupos y a los guardias fronterizos es contratando a los llamados “coyotes”, otra mafia que opera en la frontera ofreciendo ser “guías” luego de cobrar considerables sumas de dinero por facilitar este tránsito, que a veces puede significar cruzar el río en bote o a pie, atravesar zonas boscosas o largos desiertos. Los coyotes suelen tener –literalmente– la vida de muchos migrantes en sus manos y en muchos casos éstos terminan conduciendo a los migrantes –sobre todo a las mujeres– a las mafias de trata de personas.

Una vez en el lugar de destino, Estados Unidos, la mayoría de las migrantes indocumentadas se dedican a ser trabajadoras domésticas, mantenimiento de casas y edificios, preparación de alimentos, limpieza, cuidado de niños, pacientes enfermos y ancianos. Al respecto, es importante tomar en cuenta el rol determinante de las mujeres en la economía y la reproducción social, pues son las mujeres quienes llevan a cabo el mayor aporte a sus países de origen a través de las remesas:

Todos los años, unos 100 millones de mujeres migrantes envían remesas a sus países. Y si bien persiste la brecha salarial de género, tienden a enviar una mayor parte de sus salarios que los hombres, además de hacerlo con más regularidad. Estas contribuciones ayudan a sostener las economías de muchos países y representan un sustento para las familias y las comunidades, algo que es especialmente importante durante las épocas de crisis.5

La creciente migración de mujeres, así como de niñas, niños y adolescentes no acompañados, prende las alarmas sobre la necesaria atención diferenciada de esta población doblemente vulnerabilizada, tomando en cuenta la discriminación de género arraigada y dilatada por todos los países del corredor migrante, y de los países de origen y destino.

Referencia

1 ONU. Organización Internacional para las Migraciones. Informe sobre las migraciones en el mundo 2020. Ginebra 2019, p. 12.

2 Disponible en: https://www.acnur.org/noticias/historia/2021/1/5ff51e7e4/familia-huye-de-su-hogar-para-salvar-su-vida-en-centroamerica.html

3 Disponible en: https://www.cepal.org/es/discursos/evento-mujeres-territorio-migracion-paises-norte-centroamerica

4 Disponible en: https://oig.cepal.org/es/indicadores/feminicidio

5 Declaración de ONU Mujeres: Día Internacional del Migrante 2020. Los derechos humanos y la igualdad de género como elementos centrales de los programas y las políticas de migración. 17 de diciembre de 2020.