Migrantes venezolanos retornados de Ecuador: precariedad laboral y escasas condiciones de vida

El Observatorio Internacional de Migraciones y Derechos Humanos – ARGOS fijó su mirada en un grupo de 99 venezolanos repatriados en junio pasado desde Ecuador a través del programa del gobierno de Venezuela, denominado Vuelta a la Patria, y los resultados fueron plasmados en un informe que proporciona una aproximación cercana a las condiciones de vida de estas personas mientras permanecieron en la nación suramericana.

La metodología de la investigación se basó en la aplicación de un cuestionario de preguntas cerradas, sobre asuntos relacionados con el proceso migratorio personal, inclusión laboral, acceso a servicios y algunos datos personales básicos.

Para ello, se aplicó una muestra por conveniencia de 29 personas, que ingresaron por el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía en el marco del denominado “Plan Vuelta a la Patria”, un programa de repatriación que activó el Gobierno venezolano en agosto de 2018 con el propósito de facilitar el retorno a Venezuela de ciudadanos de esa nacionalidad, que se encontraban en condiciones de vulnerabilidad en el exterior.

El análisis de la información permitió conocer que las condiciones laborales y el acceso a servicios básicos para la vida cotidiana no estaban al alcance de la mayoría de estas personas. Por el contrario, “el cuadro general de esta muestra de personas retornadas desde Ecuador, señala los niveles de precariedad laboral y escasas condiciones de vida”.

De las 29 personas, 16 son mujeres y 13 hombres, lo que equivale a un 55% y 45%, respectivamente. La mayoría decidió migrar en 2018.

En el informe, se demostró que 41% de los entrevistados emigró por razones económicas; 45% por reunificación familiar y 24% afirmó haber migrado por otras razones. Estos resultados ponen en entredicho el tratamiento mediático con respecto a la atípica migración venezolana y la calificación de los migrantes venezolanos como “refugiados”.

La situación legal de las personas migrantes consultadas refleja que el 66% eran inmigrantes irregulares, el 28% estaban en condición regular; sólo una de ellas poseía la nacionalidad ecuatoriana.

Con respecto a la situación laboral, 54% aseguró trabajar por cuenta propia; 32 ejerció labores en el sector privado y 24% eran ayudantes no remunerados.

La muestra permitió, además, conocer que los recursos económicos para la manutención fueron insuficientes en el 61% de los casos; en otros, el 14%, imposible para su sostenimiento.

De igual manera, se conoció que 79% de esta población no tuvo acceso a los servicios de salud; el 76% no logró acceder a la vacunación contra la COVID-19. En cuanto a los sistemas educativos, 62% de estas personas asegura no haber tenido acceso.

El informe también evidenció que 59% de los migrantes consultados no recibió apoyo de ACNUR y la OIM; en tanto que 72% no recibió apoyo del gobierno local.

De los resultados se desprenden otros datos, que podrían servir para el diseño y ejecución de políticas públicas, que faciliten atender a los migrantes venezolanos retornados.

Para obtener las conclusiones y descargar el informe, ingrese al siguiente enlace:  https://www.argosob.org/es/report/migracion-venezolana-en-retorno/

La nueva Ley de Migraciones en Chile: El desperdicio de una gran oportunidad

Rodolfo Noriega es un abogado peruano que vive en Chile desde 1995. La salida de su país de origen fue determinada por una amenaza concreta a su integridad: le dieron 24 horas para abandonarlo, según nos cuenta, por los casos que acompañaba y las denuncias que había realizado sobre crímenes de lesa humanidad “particularmente, por el caso de La Cancuta 1 y de otros casos de detenidos desaparecidos que tuvieron mucha trascendencia y por los cuales hoy día Fujimori y Montesinos pagan condena allá”.

Cuando llegó a Chile, Noriega trabajó en la construcción de una “alianza de refugiados, para generar una red de solidaridad mutua entre los pueblos, particularmente para denunciar los crímenes de lesa humanidad que existían en nuestros países y luchar en contra de la impunidad”. Esta red incluía personas de Chile, Colombia y Perú, mayoritariamente, y les permitió tejer un “fuerte lazo de solidaridad con las organizaciones populares y particularmente con las organizaciones de refugiados”. Ante el vacío institucional para la atención de la migración laboral (tanto por parte del Estado chileno como por parte de los consulados), asumen un rol de defensa de los derechos de las personas migrantes y fueron, poco a poco y de la mano con las nuevas migraciones que llegaban a Chile integrando a más nacionalidades. “Los primeros 10 o 15 años, trabajamos mayoritariamente con personas peruanas. Conformamos el comité de refugiados peruanos en Chile y, posteriormente fuimos ampliando a personas de más nacionalidades hasta que finalmente, se conformó la Coordinadora Nacional de Migrantes”.

Esta organización existe desde el año 2014, a partir de una serie de acciones conjuntas realizadas por organizaciones en Santiago, Arica e Iquique. Rodolfo Noriega asumió la Secretaría General (ahora Presidencia) de la Coordinadora durante cuatro años, cuando lo relevó en el cargo el catalán Héctor Pujols. Actualmente, la coordinadora es presidida por la venezolana Vanessa González Peña.

Durante todos estos años, Noriega ha acompañado a personas migrantes en sus procesos de regularización migratoria y defensa de sus derechos. De forma voluntaria, realiza asesorías y atiende, caso por caso, a todas las personas que se acercan a la Coordinadora Nacional de Migrantes para obtener orientación sobre los diversos tipos de atropellos y vulneraciones que sufren. Esta amplia vocación por la defensa de los derechos humanos va acompañada de un ejercicio situado de la profesión: el abogado ha vivido, en carne propia, todas las dificultades a las que se enfrenta una persona refugiada. Por esto, quisimos conocer su opinión y análisis sobre la nueva Ley de Migraciones en Chile.

La nueva Ley de Migraciones: El desperdicio de una gran oportunidad

Noriega considera que la nueva ley de migraciones “viene a desperdiciar una gran oportunidad para el país, particularmente porque no introduce una modificación sustancial a los parámetros definidos en la legislación previa, que colisionan con la realidad”.

La legislación previa fue promulgada en 1975 y se estructura, según nos explica, equilibrando los parámetros de interés nacional, por un lado, y de seguridad del Estado, por el otro, “anulando el tema de los contrapesos propios de estos parámetros, que son el tema de la responsabilidad social del Estado y el tema del estatus de defensa o mínimo de garantía de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario”.

“Yo planteo esto así porque [en la nueva ley] no se introducen cambios en la correlación de estos parámetros, sino más bien se refuerzan instituciones que tienen que ver específicamente con eso.” La nueva Ley de Migraciones establece que las visas de residencia deben solicitarse en el país de origen de la persona que desea migrar a Chile. “Esto ya existía” nos cuenta Noriega, “o ya existe actualmente. Lo que se hace es consolidar este mecanismo como el único.” La excusa para implementar este mecanismo es la seguridad del Estado, pero Noriega opina que hay otro tema de fondo: “si uno ve las categorías que más o menos esboza la legislación nueva, son categorías que se potencian en el sentido de pretender generar una migración de carácter selectivo desde el país de origen”. Esta selección, además, pude ser fuertemente determinada por temas socioeconómicos “es decir, favoreciendo una migración que tenga una consideración de estatus socioeconómico alta, [esto no implica] que sean millonarios, sino que sean socialmente reconocidos: grandes deportistas, grandes empresarios (o empresarios simplemente), o personas que vengan de universidades de prestigio”. Estos migrantes, entonces, pasarían a formar una categoría superior en relación a la migración laboral, por ejemplo, Noriega no descarta que el tema racial también forme parte de los factores que alimenten la exclusión.

Por otro lado, comentamos la ineficiencia de este tipo de visados [consulares], “un mecanismo que nunca ha funcionado a cabalidad en toda la legislación precedente de Chile” y que, presumiblemente, va a generar las mismas consecuencias que ya ha demostrado tener, generando “circuitos permanentes de migración irregular, además de una migración encubierta, porque las personas van a ingresar formalmente no como residentes, no como migrantes, pero igual se van a quedar acá”.

Nuevas atribuciones a la policía: definir quién entra y quién no entra al país

Otro aspecto crítico de la Nueva Ley de Migraciones es el rol que se le otorga a la policía, que viene a adquirir un carácter de autoridad migratoria de frontera. Aún antes de adquirir estas nuevas atribuciones, ya la policía en zonas fronterizas impedía el ingreso de algunas personas “como si tuvieran la autoridad para poder discernir quién entra y quién no entra, cuando eso es una facultad exclusiva del ministerio del Interior, a lo más con el concurso de Cancillería”. Esto cambia con la nueva ley, puesto que ahora “lo van a poder hacer no de manera arbitraria, sino amparados bajo una ley”.

Para Noriega, esto va “en desmedro de la responsabilidad social del Estado y del otro parámetro que tiene que ver con los derechos humanos y el derecho internacional humanitario”.

Reconocimiento condicionado de los derechos humanos

A pesar de que el Estado chileno argumente reconocer los derechos de las personas migrantes, según este abogado, este es un reconocimiento parcial, puesto que es condicionado. Los derechos de las personas migrantes están por debajo de los derechos de los nacionales y para que las personas migrantes puedan gozar de los derechos establecidos, el Estado define “restricciones o regulaciones o requisitos específicos para poder gozar de ellos, es decir, son derechos condicionados”.

Por otro lado, en términos de derecho internacional humanitario hay una gran preocupación, nos dice Noriega, puesto que, por ejemplo “la institución de refugio hoy día está en riesgo, por los mecanismos que se implementan”. No es necesario ser un experto o experta en leyes para entender esta amenaza: si una persona debe huir de su país de origen, para buscar la protección de otro Estado ¿cómo podría depender su situación migratoria de una visa otorgada en el mismo país de origen?

Además de todo esto, la nueva Ley “valida la presunción de responsabilidad y la posibilidad de mantener restricción de ingreso o prohibición de ingreso a las personas que sean políticamente contrarias [al Gobierno de turno, considerándolos] como sospechosos de agitadores o de extremistas”. Otra vez, esto viene a sostener una “política de los indeseables, que está establecida en la legislación chilena desde hace muchísimos años. La nueva legislación solamente refuerza estos mecanismos, estos parámetros de seguridad e interés del Estado en desmedro de el otro, manteniendo y desarrollando el estatus quo, que podría generar una permanente migración irregular al país”.

¿Cómo reacciona la sociedad civil ante esta nueva ley?

Noriega considera que la sociedad civil chileno “no ha dimensionado, o hay un desconocimiento muy grande de lo que implica esta ley”. Esto sucede por varias razones. En primer lugar, porque muchas de las consecuencias de esta ley comenzarán a tener efecto una vez que se desarrollen en forma de reglamentos. En segundo lugar, porque “hay muchas consideraciones que parten sobre premisas sin conocer la esencia de lo que es esta nueva legislación migratoria”. En general, la población civil considera positivo que exista una nueva ley, discurso que se ha visto potenciado por “instituciones como el Servicio Jesuita a Migrantes o como la Universidad Diego Portales, que defienden a los migrantes, pero consideran positivos [algunos aspectos de la nueva ley como] establecer un servicio nacional de migraciones”.

Efectivamente, la creación de una institución específica para atender el tema migratorio ha sido celebrado por algunas organizaciones y personas pro migrantes, pero, según Noriega esto “no tienen ningún sentido cuando el eje o el principal desarrollo de la política migratoria va a ser dado desde el exterior. ¿para qué quieres un servicio nacional si las migraciones se van a regular desde los consulados? Siendo así, esto [la creación del servicio nacional] no es per se positivo o negativo, es simplemente inútil y por tanto negativo”.

Por otro lado, considera Noriega “la sociedad civil se ha enfocado en el debate meramente legislativo, como si ese fuera el único debate. Hoy día la realidad les desborda y tienen que asumir un rol más concreto de defensa activa, en términos judiciales, frente a la situación de abierta violación de derechos fundamentales por parte del Estado [que ha establecido] esta política institucional de hostilidad hacia la población migrante. El Gobierno de Piñera, estableció la hostilidad como un mecanismo de control político a las migraciones”.

A pesar de todo esto, muchas organizaciones sociales se han aliado a la causa migrante y a la defensa de los derechos de todo por igual “este acercamiento, esa solidaridad” dice Noriega, “está creciendo entre el pueblo chileno y el pueblo migrante”.

Están todas las posibilidades dadas

A las puertas de iniciar un proceso constituyente, la esperanza de modificar la legislación chilena en beneficio de los habitantes del país abarca todas las áreas de derechos. Ante la pregunta de si existe alguna posibilidad de reversión de la Ley de Migraciones, Noriega asevera, completamente seguro, que “están todas las posibilidades dadas”.

Para esto, no descarta la vía constitucional. “Si nosotros podemos establecer en la constitución cambios sustanciales, por ejemplo, que se establezca una igualdad efectiva, o una garantía constitucional del derecho a migrar y lo que eso implica (entre otras cosas, la responsabilidad permanente del Estado de regularizar la migración y no criminalizar el trabajo –porque el trabajo migrante está criminalizado– , ni tomar medidas como la expulsión o deportación de migrantes per se sino como ultima ratio (…) [y] además, introducir el tema de que el derecho a que todo niño nacido en chile sea chileno, la ciudadanía para los migrantes, así como la pluralidad cultural como un valor en la conformación del nuevo Estado o nacionalidad chilena que está en forja, si nosotros podemos hacer eso (…) entonces la responsabilidad de cambiar esta legislación cae por su propio peso”.

Sin embargo, esta transformación no depende solamente de que estos derechos queden establecidos en la nueva constitución «sino que después» enuncia Noriega, «se aplique, se entienda, se desarrolle». Además, hay efectos de esta nueva Ley y medidas ya tomadas que se hace necesario revertir hoy mismo.

Las expulsiones siempre son ilegales

Desde que fue promulgada la nueva ley, el miedo a las expulsiones abruma a la población migrante en Chile. Por esto, “el proceso extraordinario de regularización migratoria establecida en esta ley, debe ser modificado ya, específicamente para impedir el tema de las expulsiones que son siempre ilegales”. “[Las expulsiones] colectivas son ilegales, violan tratados” afirma Noriega. Considera también que el próximo gobierno podría jugar un rol fundamental en la reversión de este tipo de políticas, pero también apuesta al rol que pueden jugar los gobiernos regionales, que tienen por ley atribuciones con respecto al tema migratorio, como, por ejemplo, la regularización de las relaciones laborales. “la informalidad laboral genera irregularidad migratoria. Y la irregularidad migratoria da pie a que se establezcan relaciones informales que afectan a todos los trabajadores en su conjunto, porque contiene sus derechos y sus remuneraciones, además de que es la base sobre la cual se sustentan los mayores abusos y violaciones a los derechos humanos de los trabajadores migrantes”.

Somos parte del pueblo de Chile

Para cerrar, Rodolfo Noriega afirma confiar en que existen “muchísimas posibilidades de revertir esta ley”. En este aspecto, considera fundamental “la alianza con las organizaciones chilenas, particularmente, con las organizaciones territoriales de trabajadores, de los barrios y barriadas, de las organizaciones estudiantiles, de los campesinos y otras más”, estas relaciones y este accionar conjunto “pueden dar pie a que se establezcan medidas y se cambie la legislación. Es una necesidad, y la tarea, una de nuestras tareas, es hacer conciencia de que esta es una necesidad no solamente para el pueblo migrante –que es parte del pueblo de Chile– sino para toda la sociedad chilena”.

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1 Se refiere a la Masacre de La Cancuta (18 de julio de 1992)

Crisis migratoria en Necoclí – Colombia

Giovanni Libreros Jiménez

Filósofo e investigador de Argos

Resumen

Con perplejidad observamos cómo se agrava con el paso de las horas la situación humanitaria de miles de migrantes en Necoclí, un municipio de Colombia adyacente al Tapón del Darién que se convirtió hace tiempo en una importante ruta hacia Centroamérica. El gobierno del presidente Iván Duque niega la existencia de esta crisis mientras que instrumentaliza con fines políticos el movimiento migratorio venezolano. La intención del presente documento no es otra que aportar unas breves anotaciones a la situación migratoria de la frontera panameña con el fin de ampliar la comprensión de un fenómeno que va en aumento. Más que presentar un diagnóstico exhaustivo pretendemos formular una hipótesis explicativa que anime nuevas investigaciones orientadas a develar las relaciones sociales que convierten esta necesidad de movilidad por este peligroso corredor, en un negocio lucrativo para sectores legales e ilegales implicados en la reproducción de la violencia y el ordenamiento narcoparamilitar en este territorio.

Palabras claves

Crisis humanitaria, tráfico de migrantes, paramilitarismo, acuerdo de paz, zonas futuro         

La crisis migratoria en la frontera panameña exige una compresión dentro del contexto sociohistórico colombiano. La subregión del Urabá se ubica en la confluencia de tres departamentos (Antioquia, Córdoba, Chocó) y el Tapón del Darién. Hacia finales de los noventa esta zona geográfica experimentó una configuración del orden paraestatal autoritario del Clan Castaño que se extendió hacia el Bajo Cauca Antioqueño y el Sur de Córdoba. El fenómeno paramilitar de las Auto Defensas Unidas de Colombia (AUC) dejó una impronta social, política y cultural para muchas comunidades y pobladores cuyas actividades económicas fueron integradas por la violencia a las cadenas de valor del narcotráfico y el poder terrateniente, estos últimos grandes beneficiarios de los subsidios del Estado para financiar los agronegocios relacionados con el monocultivo de la “palma africana”.

Mapa 1 Colombia – Urabá Antioqueño

Las investigaciones sobre paramilitarismo del Centro Nacional de Memoria Histórica identifican cuatro grandes momentos constitutivos: 1) 1980-1984: aparición de grupos urbanos y reacción del narcotráfico contra la presencia guerrillera; 2) 1984-1989: avance, expansión y consolidación en el Magdalena Medio, Córdoba y Urabá y el asentamiento de Víctor Carranza en el Meta; 3) 1990-1994: estancamiento, ajustes de cuentas, purgas internas y ruptura de alianzas entre narcotraficantes y; 4) 1994-1998: expansión y proceso de coordinación alrededor de las AUC (CNMH, 2018). De lo anterior concluimos dos cuestiones; la primera es que si bien el paramilitarismo abarca todo el espectro nacional, éste exige explicaciones territoriales diferenciadas; la segunda es que pese al proceso de “desmovilización” del 2006, el poder paramilitar no solo se conservó sino que se reconfiguró transformando el poder político local. Así, este fenómeno continúa siendo una realidad vigente sin la cual no podría comprenderse fenómenos de violencia como el desplazamiento forzado interno (4,9 millones a diciembre de 2020 según IDMC).  

El acuerdo de paz de noviembre de 2016 estableció medidas para el esclarecimiento del paramilitarismo como condición para su desmantelamiento, incluyendo las redes de apoyo y las conductas criminales similares. Así mismo, priorizó los municipios más afectados por el conflicto para desarrollar los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) con el fin de adelantar la Reforma Rural Integral (RRI) y los Planes Integrales de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS). En contravía, el presidente Duque optó en 2018 por la creación de las Zonas Especiales de Intervención Integral (ZEII) o “Zonas Futuro” (hasta el momento cinco) de las cuales dos se sitúan en lugares estratégicos en la salida hacia el Pacífico (rutas del narcotráfico) así: “Pacífico Nariñense” y el “Bajo Cauca y Sur de Córdoba”. Por lo menos dos consecuencias se desprenden de estas acciones: la primera es que las “Zonas futuro” quedaron traslapadas con los municipios PDET imponiendo la lógica militar de la lucha antinarcóticos, es decir, que se territorializa el “Plan Colombia” en lugares donde se debería implementar el acuerdo de paz. Y, la segunda es que en estas zonas altamente militarizadas (con presencia de tropas norteamericanas) tanto el narcotráfico como el paramilitarismo se han visto fortalecidos durante el posconflicto, una situación que viene de la mano con el aumento de las violaciones a los derechos humanos de personas defensoras de derechos humanos, líderes sociales y comunidades (Cruz, 2020).  

Mapa 2 Ubicación de los municipios PDET y de los municipios con Zonas futuro

Fuente 2: Consejería Presidencial para los Derechos Humanos y Asuntos Internacionales. Fecha de corte 04/02/21

El municipio de Necoclí, lugar que registra la crisis por la llegada de 10.000 migrantes de diverso origen buscando la ruta hacia Centro América, puso al descubierto un fenómeno que el régimen colombiano pretende mantener oculto. Ante las denuncias del alcalde de este municipio, el Gobierno de Duque, por intermedio de Migración Colombia, optó por desautorizar al mandatario afirmando que la cifra de movilidad no superaba las 600 personas diarias. Sin embargo, el director de esta entidad reconoció que, en lo que va corrido del año, han ingresado por esa ruta “más de 25.000 extranjeros irregulares» (Infobae, 2021b). En resumen, en las playas y calles de Necoclí permanecen represados miles de migrantes en condiciones infrahumanas a la espera de continuar su viaje, una situación que está llevando a las autoridades locales a tener que declarar la “calamidad pública” (Ramírez, 2021). De esta forma, vemos como los migrantes son tratados punitivamente por parte del gobierno central al tiempo que descarga toda la responsabilidad en las autoridades locales. Además, deben asumir todo el peso de la crisis humanitaria sin disponer de los recursos y la logística para atender las necesidades de alojamiento, alimentación y sanidad (se teme por un rebrote de la Covid-19) de los migrantes entre quienes se cuenta una importante población vulnerable (niños, niñas, adolescentes, mujeres y adultos mayores).   

Mapa 3 Localización geográfica Necoclí – Colombia

Para ir más allá de la superficie de lo que está ocurriendo, debemos agregar algunos datos en clave de continuar investigando este fenómeno. Necoclí en los últimos años vive una transformación de su espacio territorial a raíz de la llegada de inversión privada en actividades como el ecoturismo lo que demanda un mayor control militar fronterizo. Un ejemplo de ello es la construcción de la Base Náutica Mixta, una obra que marca el inicio de la recuperación del megaproyecto “Malecón de las Américas” (Alcaldía de Necoclí, 2021). Aparte debemos decir que pese a que no observamos dinámicas recientes de violencia política, en el pasado este fue un municipio afectado por las masacres del paramilitarismo, una situación que generó procesos de despojo de tierras y desplazamiento masivo (Rutas del conflicto, 2021). En suma, el capítulo del paramilitarismo en el Urabá y en municipios como Necoclí no está cerrado. Recién se tuvo noticias de la intención de un antiguo miembro de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) y el ‘Clan del Golfo’ de comparecer ante la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) para aportar pruebas que comprometen al sector empresarial en la financiación del paramilitarismo en toda esta región (Infobae, 2021a).

Para concluir, consideramos indispensable continuar indagando más allá de la coyuntura sobre el posible nexo entre el paramilitarismo y las redes criminales que están traficando con los migrantes. Justamente, el cierre de ambos lados de la frontera está favoreciendo la demanda de tránsito por las rutas irregulares cuyo control ilegal deviene en un negocio rentable para los agentes gubernamentales corruptos, propietarios de negocios, fachadas legales para el lavado de activos y grupos narcoparamilitares quienes, bien sea porque coordinen o disputen el dominio militar sobre estos corredores de la movilidad humana, se benefician directa o indirectamente del costo social de que no existan garantías estatales para el respeto de la vida y los derechos humanos. Una situación similar a la que vive Necoclí se presentó anteriormente en los meses de marzo y abril cuya situación pudo conocerse gracias a las denuncias del Consejo Noruego de Refugiados (NRC), quien en su momento afirmó que:

Entre Campurganá, localidad colombiana donde comienza la travesía por la selva más cercana a la frontera, y Bajo Chiquito, la primera parada en Panamá, hay apenas 60 kilómetros, pero a los migrantes les lleva hasta cinco días atravesar esta frondosa ruta. En esos pocos kilómetros, se enfrentan a violaciones de derechos humanos, robos, amenazas, tráfico de personas y agresiones sexuales” (Revista Summa, 2021).

El campo de investigación sobre la grave situación humanitaria de los migrantes en la frontera panameña mantiene abierto sus desarrollos y seguramente en la medida en que avancemos en la documentación de esta problemática podremos establecer, con mayor claridad, las causalidades que están llevando a que esta zona se convierta con el paso del tiempo, en una de las rutas más peligrosas del mundo para miles de ciudadanos que aspiran migrar en condiciones dignas y seguras.   

Referencias

Alcaldía de Necoclí. (2021). Necoclí está cambiando. Avanza Construcción de Base Náutica Mixta. https://www.necocli-antioquia.gov.co/Paginas/default.aspx

Centro Nacional de Memoria Histórica. (2018). Paramilitarismo. Balance de la contribución del CNMH al esclarecimiento histórico. CNMH. http://centrodememoriahistorica.gov.co/descargas/informes-accesibles/balance_paramilitarismo_accesible.pdf

Cruz, R. (2020). Zonas Futuro: ¿territorios donde podrían incrementarse las violaciones de derechos humanos? Verdad Abierta, 8 de junio. https://verdadabierta.com/zonas-futuro-territorios-donde-podrian-incrementarse-las-violaciones-de-derechos-humanos/

Infobae. (2021a). Exparamilitar quiere entrar a la JEP y revelar los nombres de los financiadores de las AUC. 23 de julio. https://www.infobae.com/america/colombia/2021/07/23/exparamilitar-quiere-entrar-a-la-jep-y-revelar-los-nombres-de-los-financiadores-de-las-auc/

Infobae. (2021b). Gobierno desmiente que haya una crisis por miles de migrantes varados en Necoclí, Antioquia. https://www.infobae.com/america/colombia/2021/07/23/gobierno-desmiente-que-haya-una-crisis-por-miles-de-migrantes-varados-en-necocli-antioquia/

Internal Displacement Monitoring Centre. (2020). Informe mundial sobre desplazamiento interno 2020. https://www.internal-displacement.org/countries/colombia

Ramírez, J. (2021). Declararán la calamidad pública en Necoclí ante crisis de migrantes. La FM, 27 de julio. https://www.lafm.com.co/colombia/declararan-la-calamidad-publica-en-necocli-ante-crisis-de-migrantes

Revista Summa. (2021). Unos 10.000 migrantes están varados en la frontera colombiana en ruta a Centroamérica. 26 de abril. https://revistasumma.com/unos-10-000-migrantes-estan-varados-en-la-frontera-colombiana-en-ruta-a-centroamerica/

Rutas del conflicto. (2021). Masacre de Necoclí. https://rutasdelconflicto.com/masacres/necocli

Darién: la zona migratoria más crítica y olvidada de Latinoamérica

Llama la atención la invisibilización de fenómenos migratorios que por sus dimensiones e impacto deberían ocupar lugares preponderantes, no sólo en la opinión pública sino también de las agendas de los Estados y organismos internacionales.

Un claro ejemplo de esto es la dramática situación que se vive en la denominada “Frontera olvidada” entre Panamá y Colombia, una línea sinuosa de 266 kilómetros de longitud, ubicada en una zona salvaje e inhóspita, que deja a merced de los peligros de la selva, el crimen organizado y los cárteles de la droga a miles de migrantes que intentan cruzar ese peligroso sector en su travesía hacia Estados Unidos.

Se trata del llamado Tapón de Darién, zona casi inaccesible por su altísima densidad selvática que interrumpe la extensa carretera panamericana y separa Centroamérica de la región sur del continente americano. Por sus peligros, misterios e historias, es considerado un lugar emblemático de la ruta de migrantes de todo el mundo, en su mayoría haitianos,  africanos y cubanos, en su desesperada búsqueda por alcanzar el “sueño americano”.

Se conoce como “el Tapón”, pues al tratarse de un bloque selvático de 5.750 kilómetros cuadrados, ubicado entre la provincia panameña que le da su nombre y el Departamento del Chocó al norte de Colombia, sólo puede cruzarse por vía aérea o acuática y sirve de barrera natural entre ambas naciones. Además, el sector es calificado mundialmente como “la selva más peligrosa del mundo”.

La zona es tan agreste que sólo pudo ser recorrida en su totalidad por vía terrestre, entre 1959 y 1960, en una expedición conformada por el británico Richard Bevir y el australiano Terrence Whitfield, a bordo de una camioneta rústica de fabricación europea. Sin embargo, el vehículo sólo pudo hacer parte del trayecto, pues tuvieron que valerse de puentes improvisados y traslados en lanchas, para completar la travesía que tomó casi cinco meses y que concluyó el 13 de mayo de 1960. Bevir y Whitfield lograron lo que resultó imposible para los primeros exploradores españoles que arribaron a la zona en 1510, precisamente por lo denso de su vegetación y lo peligroso de su fauna, amenazas que aún hoy se ciernen sobre los centenares de migrantes que cruzan diariamente El Tapón para seguir hacia Estados Unidos.

En los últimos años, ha comenzado a hablarse un poco más del Tapón del Darién, no sólo por sus múltiples peligros, que van, como se ha advertido, desde feroces animales selváticos, plagas altamente violentas, el carácter infranqueable de su topografía, hasta sus riesgos por ser zona de narcotráfico y crimen organizado, sino también por los altos índices de movilidad humana que allí se registran en medio de la pandemia mundial y por el número de infantes que emprenden la peligrosa travesía, muchas veces sin acompañamiento, entre aguas sinuosas, zonas pantanosas y bosque selvático, en un recorrido que hoy en día puede realizarse en un período de siete a diez días. Parece poco, pero según los testimonios es una experiencia traumática.

De hecho, en el último informe sobre Migración extraregional en sudamérica y mesoamérica: Perfiles, experiencias y necesidades, publicado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en abril de 2020, el órgano recomienda mejorar la atención psicosocial posterior al cruce de la frontera selvática, pues “la población migrante, luego de cruzar el Tapón del Darién, presentó condiciones de vulnerabilidad, deterioro y afectación psicológica, además de la pérdida de sus recursos económicos para el viaje”.

En el mismo informe se señala que ese accidentado punto entre la frontera de Colombia y Panamá́, fue identificado por los migrantes como el lugar más riesgoso de su viaje debido a las condiciones geográficas y climáticas, así como por la presencia de redes de crimen organizado. “Asimismo, se observa un aumento preocupante en la cantidad de menores de 18 años en este paso”, reza el texto.

Según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en 2019, cerca de 24.000 migrantes de más de 50 nacionalidades, de países tan distantes como India, Somalia, Camerún, Congo y Bangladesh, cruzaron a pie el Tapón del Darién. De estos, el 16% eran niños y niñas en su mayoría menores de seis años.

Para Unicef, el factor más preocupante fue identificar que el número de niños y niñas migrando a través de esta ruta se multiplicó por siete en un año, pasando de 522 niños y niñas en 2018 a 3.956 en 2019. También se reportaron 411 mujeres en estado de gestación y 65 niños no acompañados. De enero a marzo de 2020 el Servicio Nacional de Migración de Panamá registró el ingreso 4.465 personas de los cuales 1.107 eran menores de 18 años.

“Resulta significativo el número de niños y niñas de nacionalidades chilena (411) y brasileña (192). El cierre de fronteras en Centroamérica por efecto del COVID-19 dejó a 2.522 personas extracontinentales en tránsito migratorio por Panamá confinados en las Estaciones de Recepción Migratoria (ERM), de estos el 27% son niños, niñas y adolescentes incluidos cuatro adolescentes no acompañados”, señala un reporte de la Oficina de Unicef en Panamá, publicado en abril de 2020.

Pero el drama de los migrantes y de los menores de edad que los acompañan no termina al cruzar la jungla y sortear sus peligros. No es casualidad que Unicef utilice el término “confinamiento” para identificar el estado de los más de 2.500 migrantes que ocupan las instalaciones de las ERM panameñas. En dichas dependencias del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), específicamente en Puerto Peñita, los migrantes son retenidos mientras las autoridades migratorias coordinan con sus homólogos de Costa Rica la reanudación de su tránsito por ambos países. En ese punto de control, participan en entrevistas, toma de huellas digitales y otros registros biométricos, lo cual tomar hasta una semana, aunque algunas personas reportan que han estado un mes en espera y sin posibilidad de salir a la vista, debido a la gran cantidad de solicitudes y a que autoridades panameñas y costarricenses acordaron una cantidad limitada de autorizaciones diarias, según los informes recibidos por la OIM.

La tarea también se dificulta por las barreras impuestas por el lenguaje. Según datos oficiales del Servicio Nacional de Migración de Panamá, el 57% la población migrante en tránsito es de origen haitiano, muchos de ellos huyendo de la situación económica y política de su país. El resto (43%) proviene de África (22%) y Asia (17%), siendo el 4% restante de América del Sur, lo cual dificulta la atención de los movilizados.

La OIM reporta en el informe ya citado que “la falta de información sobre la procedencia de los migrantes y la barrera del lenguaje fueron obstáculos para la asistencia personalizada de los grupos por parte de las autoridades. Además, señalaron que en los centros se conglomeraban a personas de contextos culturales y educativos muy distintos, y que eso les generó en algunos casos, conflictos entre las personas migrantes, pues muchas de ellas preferían agruparse con personas de su misma nacionalidad”.

Es tan variada la procedencia que según un reporte del diario español El País, “en Bajo Chiquito, la comunidad indígena emberá que supone el primer contacto con algo parecido a la civilización tras días de caminata por la selva, el puesto del Senafront tiene una pizarra donde apunta las diferentes nacionalidades que van apareciendo: Congo, Bangladés, India, Camerún, Nepal, Angola, Pakistán, Burkina Faso, Sri Lanka, Eritrea, Guinea, Ghana, Sierra Leona…”. Estos ciudadanos, así como los haitianos, utilizan países como Ecuador para ingresar al continente americano para luego emprender su viaje a Estados Unidos o Canadá.

Crimen y muerte en la selva

A los peligros de la selva y debido al intenso tránsito de migrantes de todo el mundo que se registra en la zona, como se ha señalado, se une el riesgo provocado por el crimen organizado que opera en la región del Tapón de Darién.

Según la OIM, además de vulnerabilidad reportada, debido a las dificultades lingüísticas, de acceso a información y a servicios médicos, se detecta entre los migrantes casos de pérdida de dinero, documentos de identidad y de viaje, a causa de los hurtos que sufren durante su travesía por la selva. “La pérdida de estos documentos implicó dificultades para acceder a los servicios financieros, pues suele ser un requisito para recibir dinero. Según las personas entrevistadas, esto las obligó a tomar medidas diversas para acceder al dinero enviado por sus familiares o amigos, como solicitar que particulares realizaran la transacción, y esto aumentó su riesgo a sufrir estafas”, indica el informe de la OIM.

A esto se suman los peligros de la violencia criminal de delincuentes que se dedican al tráfico de personas, como abusos sexuales contra las mujeres migrantes y la desaparición de movilizados, estadísticas difíciles de calcular pues existen datos de la llegada de personas extranjeras a Panamá pero no del número que ingresa a la selva para emprender el cruce de la frontera.

Asimismo, la criminalidad en la región del Darién ha aumentado en la última década de manos de los cárteles de la droga, los cuales comenzaron a utilizar esta escabrosa ruta debido a la intensificación de la vigilancia en otros corredores anteriormente utilizados y como remanente de las mafias colombianas que se han concentrado en otras formas de transporte.

“Aquí vienen los narcotraficantes. Ellos le ofrecen considerables sumas de dinero a nuestros jóvenes para trabajar”, señaló en 2014 a la BBC Trino Quintana, jefe de la etnia Emberá, que habita un área ubicada en la región de Yaviza y la parte norte del Tapón del Darién, un territorio indígena semiautónomo.

Abandono de las autoridades y la solidaridad

Con el título “Darién: cruce fronterizo que sigue causando la muerte de migrantes”, en junio de 2021, el diario La Estrella de Panamá reportó las últimas muertes de migrantes registradas entre abril y mayo de este año, debido a las peligrosas condiciones de la selva.

El 30 de mayo de 2021, en las orillas del río Marraganti, en la comarca emberá Wounaan (Panamá), fueron encontradas por el Senafront tres víctimas. En abril, otros cuatros cadáveres fueron localizados en el río Turquesa, entre las comarcas Wargandi y Wounann, en la región selvática de Darién. Todas las víctimas, según las autoridades, perecieron por inmersión. Sin embargo, tampoco es posible calcular, como se ha mencionado, las desapariciones por violencia criminal y por enfermedades causadas por la precariedad del clima de la región.

Según la OIM, el 20% de los entrevistados del lado panameño reportó haber sufrido hambre y sed durante la travesía y el 77% señaló́ que sus hijos e hijas padecieron de alguna afección de salud durante el trayecto, principalmente infecciones gastrointestinales, erupciones cutáneas y fiebre.

En definitiva, la múltiples fallas registradas en la atención de los migrantes extraterritoriales en la frontera colombo-panameña, unido a los altísimos riesgos de la selva del Darién y las amenazas del crimen organizado, hacen de este grupo de movilizados un sector altamente vulnerable, el cual sigue experimentando un peligroso silencio mediático o, al menos, un tímido tratamiento noticioso, para favorecer otros temas que resultan beneficiosos para imponer políticas migratorias más radicales o para la frenética búsqueda de financiamiento en otras áreas de la gestión migratoria como la securitización y vigilancia fronteriza.

“Y nadie los está ayudando. Les cobran sobreprecios, los maltratan, duermen en las calles y van de la mano de coyotes vinculados a grupos armados. Sin embargo, acá no se ve rastro de organizaciones humanitarias ni del Estado”, concluye un reportaje de BBC Mundo sobre los migrantes que intentan cruzar la “selva más peligrosa del mundo”: El Tapón del Darién.

Mujeres en Colombia: 50 años frente a la violencia

La violencia ejercida contra la mujer en Colombia por los actores armados opera como arma de guerra, en una forma de perjudicar al enemigo y avanzar en el control territorial y social de territorios estratégicos. De acuerdo con la Mesa de trabajo “Mujer y Conflicto Armado”, red que agrupa organizaciones de mujeres, sociales y de derechos humanos colombianas e internacionales con el objetivo de visibilizar los impactos del conflicto armado en la vida de las mujeres, jóvenes y niñas, esta violencia es de naturaleza multiforme y tiene efectos diferenciados sobre estos grupos vulnerabilizados.1

Entre enero de 2002 y 2006, en promedio una mujer murió diariamente en Colombia a causa de la violencia armada, es decir, alrededor de 1.608 mujeres: 233 en medio de combates y 1.375 por fuera de combate, de las cuales 1.139 perdieron la vida por ejecución extrajudicial u homicidio político, 63 por homicidio contra mujeres socialmente marginadas y 173 fueron desaparecidas forzosamente.2

Durante más de medio siglo, bajo diferentes modalidades de violencia, se ha tomado el cuerpo de las mujeres como botín de guerra, especialmente el de las mujeres campesinas, afros e indígenas, como un mecanismo para ejercer la dominación y el poder. No conforme con tener que sufrir el despojo de sus hogares, territorios ancestrales y la pérdida de esposos, hijos, parejas y padres, por reclutamiento, forzado o no, las mujeres, jóvenes y niñas colombianas también padecen de discriminación múltiple e intersectorial por motivos de sexo, raza, color y origen étnico.

Según recoge la Mesa de trabajo “Mujer y Conflicto Armado”, las formas de violencia más comunes empleadas en contra de mujeres, jóvenes y niñas colombianas, además de la violación del derecho a la vida y la desaparición forzada, son: violencia sexual en sus diversas formas; trabajos domésticos forzosos; imposición de normas y códigos de conducta; castigos por sus relaciones afectivas y vínculos familiares con actores armados del bando contrario; amenazas y ataques a las organizaciones de mujeres o tentativas de cooptación de las mismas; reclutamiento forzado de mujeres y niñas; amenazas a la vida e integridad que en muchas ocasiones obligan al desplazamiento forzado; bloqueos y confinamiento de sus comunidades.3

Según cifras actualizadas del Registro Único de Víctimas (RUV), un total de 9.16.309 personas manifiestan ser victimizadas por hechos violentos en el marco del conflicto armado colombiano, de las cuales 4.582.321 corresponden al sexo femenino4. El principal hecho reportado por las víctimas es el desplazamiento forzado5, situación en la que se encuentran un total de 8.101.759 personas de nacionalidad colombiana. Para el año 2017, las mujeres representaban casi la mitad de esta población, siendo víctimas también del feminicidio, amenazas, desaparición forzada, pérdida de bienes muebles o inmuebles, y actos terroristas.6

En el informe presentado por la activista por los derechos humanos y ex relatora de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra la Mujer, Adhika Coomaraswamy, tras una visita a Colombia en noviembre de 2001, se constata que la violencia contra la mujer, en particular la violencia sexual perpetrada por grupos armados, “se ha hecho habitual en medio de un conflicto que degenera paulatinamente y de la falta de observancia del derecho internacional humanitario”7. Los testimonios de las mujeres víctimas del conflicto resultan desgarradores: son retenidas para ser convertidas en esclavas sexuales; son objeto de violaciones colectivas, muchas veces en presencia de sus parientes; son asesinadas tras ser mutiladas sexualmente; son retenidas y abusadas por ser parientes de “los otros” y sufren la vulneración de sus derechos reproductivos. En muchas ocasiones estas vejaciones son ocultadas por las víctimas por temor a amenazas de muerte, y también a menudo las que sobreviven quedan embarazadas y deben ocuparse del hijo fruto de violación.

Las mujeres combatientes se enfrentan a circunstancias similares. Las jóvenes reclutadas, tanto voluntaria como forzadamente, por la guerrilla como por los grupos paramilitares son utilizadas como esclavas sexuales, informantes, guías y mensajeras. Los testimonios sistematizados por la relatora demuestran que estas mujeres, mientras formaron parte de un grupo armado, se las sometió a distintos tipos de violencia basada en el sexo, como abusos sexuales o acoso por parte de los superiores. El control forzado de la natalidad también es ejercida, tanto mediante dispositivos intrauterinos anticonceptivos como el aborto. “Si una mujer quiere quedarse con el hijo, debe escapar”.8

Este escenario generalizado de violencia ha devenido en un cambio del rol de la mujer colombiana. En el caso del fenómeno del desplazamiento forzado, se ven afectadas fundamentalmente las mujeres en condición de pobreza, quienes son obligadas a movilizarse de un lugar a otro sin medios para subsistir, asumen la responsabilidad de la educación de las hijas e hijos, de ofrecer protección a todos los integrantes de la familia y de crear condiciones para asentarse en otro territorio, con toda la carga económica y psicológica que esto conlleva. La organización familiar resulta inevitablemente alterada y se produce una transformación en su núcleo, pues muchas veces el padre o los hijos mayores han sido asesinados, viéndose las mujeres obligadas a asumir nuevos roles, tanto en el ámbito privado, asumiendo la dirección del hogar, como en el ámbito público, asumiendo actividades en defensa de sus derechos políticos, económicos y sociales.

El nuevo rol de las mujeres trasciende las esferas de la educación y la crianza, quienes deben ocuparse de sacar a la familia adelante y llevar el sustento diario aun en medio de condiciones sociales y culturales desiguales respecto a los hombres y mujeres no desplazadas. De acuerdo con María Dolores Gandulfo, este nuevo rol es difícil de asumir porque la:

 “mayoría de las mujeres desplazadas provienen de áreas rurales las cuales son estructuras patriarcales, en donde es el hombre el que dirige y la mujer la que acata. (…) Esto hace que el cambio, al llegar a las ciudades, sea muy brusco y les sea difícil la primera adaptación a este nuevo rol de jefe de familia” (Gandulfo citado en Barros y Rojas, 2021)9.

Las mujeres se ven obligadas a desarrollar habilidades y actividades nuevas, transformándose en generadoras de ingresos, “para ellas y para sus familias, y en agentes participativas. Continúan ejerciendo su rol tradicional, pero lo modifican, asumiendo transitoriamente o de manera permanente, múltiples responsabilidades que responden a la necesidad urgente de sobrevivir” (Gandulfo citado en Barros y Rojas, 2012).

Organismos de cooperación internacional han constatado los altos grados de violencia de la que son objeto las mujeres colombianas, con especial énfasis las mujeres afros e indígenas. La discriminación histórica y los efectos diferenciados del conflicto armado sobre la vida de las mujeres, jóvenes y niñas demanda su presencia en todas las fases del proceso de establecimiento y consolidación de la paz, tal como ha orientado ONU Mujeres, así como una mayor participación política a nivel social y gubernamental para avanzar en la reparación de las víctimas de violencia sexual y de género.

También requiere de todos los actores interesados en lograr la paz para profundizar en el conocimiento de las dimensiones de género presentes en el conflicto, para trabajar en la erradicación de los patrones históricos de exclusión, discriminación y abusos que perpetúan la desigualdad de la mujer en la sociedad colombiana, y conseguir cambios sustanciales que puedan ser mantenidos en el tiempo.

Referencias

1 Disponible en: http://americalatinagenera.org/newsite/images/794_mesa_de_trabajo_mujer_y_conflicto_armando.pdf

2 Disponible en: https://www.coljuristas.org/documentos/libros_e_informes/vi_informe_mesa_mujer_y_conflicto.pdf

3 Disponible en: https://www.coljuristas.org/documentos/libros_e_informes/vi_informe_mesa_mujer_y_conflicto.pdf

4 Disponible en: https://www.unidadvictimas.gov.co/es/registro-unico-de-victimas-ruv/37394

5 Otros hechos: Acto terrorista, atentados, combates, desaparición forzada, secuestro, tortura, minas antipersonas, confinamiento, lesiones personales físicas y psicológicas.

6 Disponible en: https://www.unidadvictimas.gov.co/es/enfoques-diferenciales/en-colombia-42-millones-de-victimas-del-conflicto-armado-son-mujeres-alan

7 Disponible en: https://www.acnur.org/fileadmin/Documentos/BDL/2002/1529.pdf

8 Disponible en: https://www.acnur.org/fileadmin/Documentos/BDL/2002/1529.pdf

9 Disponible en: https://librepensador.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/sites/5/2015/10/El-rol-de-la-mujer-en-el-conflicto-armado-colombiano-Maestr%C3%ADa-en-gobierno-y-pol%C3%ADticas-p%C3%BAblicas-El-Libre-Pensador.pd

Manifestaciones de xenofobia contra personas migrantes venezolanas

Entre los años 2017 y 2019 se pudo observar el fenómeno de las migraciones masivas de personas venezolanas hacia los países vecinos, particularmente los de la región andina, y Brasil en menor medida. Ante este considerable movimiento transfronterizo de grupos humanos, resulta importante mencionar que durante muchos años Venezuela ha sido históricamente un país receptor más no emisor de migrantes, tal como ha señalado la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en distintos informes. A diferencia de otros países en la región, al menos desde mediados del siglo XX el territorio venezolano registró un proceso inmigratorio masivo de personas naturales de Europa y de América Latina y el Caribe. Dos momentos destacan: el primero, de mayoría europea, entre 1950 y 1960; y el segundo, de carácter Sur-Sur, entre 1960 y 19901.

Por el contrario, los países andinos no han sido receptores históricos de migrantes, por lo que la presencia de personas venezolanas resulta una novedad para sus poblaciones y para las economías de estos países, debido a su poca capacidad para absorber la mano de obra extranjera. En este sentido, lo que ha ocurrido es que la inmensa mayoría de migrantes venezolanos han tenido que incorporarse a la economía informal, con todo lo que ello supone en materia de desprotección laboral y social, encasillamiento y estigmatización de la población migrante, y que ha derivado en algunos países en un brote de manifestaciones xenofóbicas por parte de sectores de la sociedad y de las mismas autoridades gubernamentales, en contra de esta población.

El término xenofobia hace referencia al odio, recelo, hostilidad y rechazo hacia lo extranjero; es una ideología que consiste en el rechazo de las identidades culturales diferentes a la propia. La Declaración y Programa de Acción de Durban, plan de la comunidad internacional para adoptar medidas en la lucha contra el racismo y suscrito en consenso durante la Conferencia Mundial de Naciones Unidas de 2001 contra el Racismo, Discriminación Racial,  Xenofobia y  Formas Conexas de Intolerancia, establece que los Estados son los principales depositarios de la responsabilidad de luchar contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia, así como de elaborar planes nacionales e integrales de acción para cualquier manifestación de violencia de este tipo y de  adoptar políticas y programas orientados a combatir la incitación al odio en los medios de información, incluso en las plataformas digitales2.

A pesar de este mandato, las autoridades de los principales países de acogida de personas migrantes venezolanas han sido, en diversas oportunidades, los principales promotores de la xenofobia en contra de esta población en situación de movilidad humana. Casos emblemáticos son las declaraciones de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, las del presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, o las del presidente de Colombia, Iván Duque, quien anunció que excluiría del proceso de vacunación masiva contra la COVID-19 a venezolanos que se encuentren en condición irregular en ese país.

Uno de los incidentes más graves se registró en Brasil en 2018, cuando un grupo de manifestantes, en el municipio Pacaraima, del estado de Roraima, obligó a unas 1.200 personas de nacionalidad venezolana a cruzar la frontera de regreso a Venezuela, además de destruir el campamento en donde se alojaban y quemar sus pertenencias3. Este incidente fue especialmente sintomático de la tensa situación que se vive en algunos lugares por la presencia de migrantes.

En enero de 2019 se registró el asesinato, en plena vía pública, de una mujer a manos de su pareja, presuntamente de nacionalidad venezolana, hecho que conmocionó a esa nación, en parte por la inacción de la policía que tuvo oportunidad de evitar la muerte. Además de que los hechos en sí fueron lamentables, el presidente Lenín Moreno reaccionó de forma desafortunada. Señaló que había que revisar las fronteras, y añadió: “les hemos abierto las puertas [aludiendo a los inmigrantes venezolanos], pero no sacrificaremos la seguridad de nadie”. Además, ordenó la conformación de brigadas para controlar la situación legal de los inmigrantes venezolanos en calles, en lugares de trabajo y en los pasos fronterizos4.  Así, se terminó por asociar a las personas migrantes venezolanas con los crímenes violentos, lo cual es un caso claro de promoción de xenofobia.

En Perú, uno de los países que ha recibido más migrantes de origen venezolano durante los últimos años, se han producido numerosas declaraciones xenófobas por parte de autoridades municipales, así como abusos por parte de funcionarios policiales en algunos distritos de Lima. Una de las expresiones xenófobas más relevantes fueron las declaraciones de la diputada Esther Saavedra, quien solicitó al presidente Vizcarra el cierre de la frontera con la fuerza militar, y que expulsara a toda la población venezolana, tanto a personas “buenas” y “malas”, para evitar que Perú se convirtiera en el patio migratorio de la región. Aludía a que un millón de venezolanos, entre trabajadores y “delincuentes”, les quitaban los trabajos a los peruanos5.

Alarman las recientes manifestaciones de xenofobia y discriminación contra la población venezolana en ese país, como lo es el caso de la marcha xenófoba que un grupo de personas realizó el pasado 20 de febrero en contra de los inmigrantes y “refugiados” venezolanos, transmitida en vivo a través de plataformas digitales y justificada en el asesinato de un peruano en Colombia presuntamente a manos de un ciudadano de nacionalidad venezolana. Asimismo, la sede de la Embajada de Venezuela fue atacada con rocas y objetos contundentes, rompiendo ventanales y causando daños materiales en sus instalaciones (incendio de la señalética consultar, entre otros)6.

La situación es similar en Chile, donde personas venezolanas han denunciado ser objeto de violencia xenófoba, políticas discriminatorias y restricciones severas para acceder a trabajos formales, a los sistemas de salud públicos y a las ayudas públicas debido a su condición migratoria irregular. Vale la pena destacar un episodio que tuvo lugar durante el mes de junio de 2020, cuando el gobierno de Sebastián Piñera anunció, en el marco de la pandemia de la COVID-19, la implementación de un “Plan Humanitario de Regreso Ordenado” para que poblaciones migrantes establecidas en Chile pudiesen retornar a sus países de origen.

La condición para poder optar a dicho programa sería la firma de una declaración jurada en la que estas personas renunciarían a la residencia en el país, a toda solicitud de refugio, y en la que asumirían el compromiso de no volver a Chile por un período de 9 años. Ante esto, distintas organizaciones pro-migrantes denunciaron el carácter xenófobo de dicho programa, siendo un ataque directo contra la libertad de circulación de las personas y contra el derecho a migrar a otros lugares, y perjudicando, principalmente, a millones de trabajadores y trabajadoras en el mundo que se mueven de un país a otro para buscar mejores oportunidades laborales7. Tras recibir duras críticas, el 12 de junio el programa fue suspendido por el Ministerio de Relaciones Exteriores chileno.

Durante la ola de protestas acaecidas en diversos países de la región en 2019, la migración venezolana fue frecuentemente acusada de propiciar situaciones de alteración del orden público. Llama la atención en este sentido, que 59 personas de nacionalidad venezolana fueran detenidas y expulsadas de Colombia, acusadas de generar violencia en el marco de las protestas y participar en saqueos en la ciudad de Bogotá. Un hecho similar ocurrió con 17 venezolanos en Ecuador, que fueron acusados de estar implicados en protestas y poseer presuntamente información acerca de los traslados del presidente Moreno, todo ello en el marco de las protestas por el incremento del precio de los combustibles en ese país. Algo similar ocurrió en Bolivia con la expulsión de nueve venezolanos por presunta vinculación con el expresidente Morales. Finalmente, otros nueve venezolanos fueron expulsados de Chile en el marco de las protestas por el incremento del pasaje del metro en la ciudad de Santiago.

Dentro de estos contextos se empieza a crear construcciones discursivas que se irán reproduciendo a través de distintos actores gubernamentales y no gubernamentales, y fundamentalmente a través de los medios de comunicación, que van delineando en un tipo de sujeto marcado por el etiquetamiento y la estigmatización. Este entramado de construcciones discursivas en torno al inmigrante, diversos especialistas en la región lo han denunciado como prácticas de xenofobia.8

Más allá de las manifestaciones sociales en contra de la inmigración, resulta preocupante cuando son las autoridades quienes promueven la xenofobia, sin considerar que su gestión debe acatar la legislación nacional e internacional suscrita en materia de derechos humanos de migrantes, y que sus decisiones deben tener algún sustento en la realidad. Así, por ejemplo, la noción de que la migración venezolana se relaciona con la delincuencia en Colombia resulta indemostrable a la luz de los datos disponibles, como ya se ha hecho saber a la opinión pública.

Por otra parte, instrumentar el discurso antiinmigración para tratar de obtener votos resulta una conducta reprochable desde el punto de vista democrático, e irresponsable por las potenciales consecuencias que ello pudiera acarrear tanto para la población migrante como para sus propios connacionales en tanto que se debilitan las instituciones democráticas, tal y como la historia lo demuestra.

Es importante mencionar que tanto Ecuador, como Colombia, Perú y Chile han ratificado la Convención Internacional para la Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares de 1990, como también la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial de 1966, razón por la cual están obligados internacionalmente a la protección contra toda forma de discriminación y xenofobia contra las poblaciones migrantes.   

En este sentido, el pasado 19 de febrero, las Defensorías del Pueblo de Colombia, Ecuador y Perú emitieron una comunicación conjunta en donde se solicitaba facilitar la movilidad de los migrantes venezolanos, adoptar medidas para la regularización y evitar su exclusión social y económica, así como la homologación de tales políticas. Asimismo, estiman que, debido al persistente cierre de fronteras, como consecuencia de la pandemia, los riesgos de la migración irregular recaen sobre las personas de origen venezolano, del mismo modo que se experimenta un auge de expresiones de intolerancia, xenofobia y aporofobia que estigmatizan y criminalizan a la población migrante9.    

Referencias

1 Cepal. “Dimensiones regional, local e individual de la migración venezolana: el caso de la frontera con Roraima (Brasil)”, en Notas de Población   No 110. 2020. See all articles of this issue Disponible en: https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/45807/1/S2000236_07_MOTA.pdf

2 “La Declaración y Programa de Acción de Durban de un vistazo”. Disponible en: https://www.un.org/es/durbanreview2009/pdf/ddpa_at_a_glance_sp.pdf

3 BBC Mundo. “Ataque a venezolanos en Brasil: disturbios en Pacaraima contra campamento de inmigrantes”, 2018).  Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-45240028

4 La Vanguardia. “Indignación en Ecuador con el asesinato de una mujer embarazada”, 2019. Disponible en: https://www.lavanguardia.com/internacional/20190121/454221784604/asesinato-ecuador-mujer-embarazada-diana.html

5 El Nacional. “Congresista peruana pide la salida de venezolanos: ‘Vienen a quitar trabajos’”, 2019. Disponible en: https://www.elnacional.com/mundo/congresista-peruana-pide-la-salida-de-venezolanos-vienen-a-quitar-trabajo/

6 Somos Tu Voz. “Marcha xenófoba en Perú atacó con piedras Embajada de Venezuela”. 2021. Disponible en: https://www.somostuvoz.net/destacado/marcha-xenofoba-en-peru-ataco-con-piedras-embajada-de-venezuela/

7 La Izquierda Diario. “Xenófobo ‘Plan humanitario’ de Piñera para retorno de migrantes varados”, 2020. Disponible en: http://www.laizquierdadiario.com/Xenofobo-Plan-humanitario-de-Pinera-para-retorno-de-migrantes-varados

8 BBC Mundo. “Cómo los venezolanos se están convirtiendo en el chivo expiatorio por las protestas en Sudamérica”, 2019. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50559187

9 El Comercio. “Defensorías del Pueblo de Colombia, Ecuador y Perú piden facilitar migración venezolana”, 2021. Disponible en: https://www.elcomercio.com/actualidad/defensorias-pueblo-colombia-ecuador-venezolanos.html

La movilidad humana en Venezuela, la emigración reciente

El proceso de movilidad humana registrado en el último tiempo en la República Bolivariana de Venezuela es un fenómeno relativamente reciente. Es a partir de los años 80 cuando comienza un discreto pero creciente fenómeno migratorio de personas venezolanas hacia países del norte. Desde entonces ha habido sustanciales variaciones en relación con los destinos migratorios elegidos por las personas nacidas en Venezuela, así como en el perfil de migrantes. Sin embargo, las migraciones masivas propiamente dichas solo se vienen registrando en este país a partir del año 2014.

Las migraciones venezolanas desde los años 80 habían estado caracterizadas por ser mayoritariamente femeninas, estar concentradas en personas de estratos socioeconómicos medios y altos, y tener a países como los Estados Unidos, España e Italia como destinos migratorios. Luego de 2015, se hizo evidente que la emigración venezolana era mayoritariamente masculina, concentrada en personas de estratos socioeconómicos medios y bajos, y en donde los países de destino migratorio pasaron a ser, fundamentalmente, de América Latina y, más específicamente, Colombia, Perú y Chile, aunque también con una presencia importante en países como Ecuador y Argentina.

Es precisamente la historia de Venezuela como país de destino migratorio lo que marca el destino de sus propias emigraciones. Se puede constatar que las migraciones de retorno de nacionales de países del sur de Europa como de América Latina ha facilitado la constitución de redes migratorias, de manera que la migración de retorno arrastra a la migración venezolana sin doble nacionalidad, en buena medida debido a la efectiva integración que el país ofrecía a sus inmigrantes en décadas pasadas.

Otro factor que ha contribuido a estimular la emigración reside en los acuerdos migratorios binacionales, que, con legislaciones inspiradas en la reciprocidad, facilitaron procesos de migración venezolana hacia países que fueron históricamente expulsores de grupos humanos hacia Venezuela. Asimismo, no se puede ignorar la importancia del acuerdo de libre tránsito de personas en el marco del Mercado Común del Sur (Mercosur), que en la práctica permitió el desplazamiento de personas por toda América del Sur. En años recientes, sin embargo, estas facilidades han quedado suspendidas debido a obstáculos erigidos para el control de las migraciones venezolanas.

Cabe señalar que desde el año 2014 se activa contra Venezuela un bloqueo económico, financiero y comercial, siendo este el más importante factor causante de la emigración: los efectos devastadores del paquete de medidas coercitivas unilaterales impuesto contra Venezuela, de naturaleza estadounidense y europea, ha generado una grave y masiva violación de una amplia gama de derechos humanos de la población venezolana ante su incapacidad de acceder a alimentos, medicamentos y servicios públicos de calidad.

Con respecto a las cifras de la migración venezolana, organismos multilaterales como la División de Población de Naciones Unidas (ONU) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) han mostrado dificultades para establecer una medición de los flujos migratorios de origen venezolano debido al peso que ocupa la migración de retorno1 y las personas con doble nacionalidad. Ello ha ocasionado diferencias en las estadísticas de las propias agencias de la ONU de casi el 100 % para el año 2019. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) reconoce que su propio registro no es confiable, y señalan que es probable que se cuente una persona varias veces debido a que no es un registro biunívoco, de manera que la misma persona puede ser registrada tantas veces como cruce la misma frontera en diferentes ocasiones. Asimismo, no diferencia la emigración internacional de las corrientes migratorias circulares y pendulares (que entre otras, incluyen personas que cruzan la frontera y regresan en breve tiempo, por motivos comerciales, laborales, educativos o de salud).

La Plataforma de Coordinación para Refugiados y Personas migrantes Venezolanas (R4V), aclara en cada reporte de actualización que sus cifras no tienen como base registros biunívocos, mediante la siguiente coletilla: “esta cifra representa la suma de personas migrantes, refugiados y solicitantes de asilo venezolanos reportados por los gobiernos anfitriones. No necesariamente implica identificación individual, ni registro de cada individuo, e incluye un grado de estimación” (R4V, 2019). Sin embargo, a pesar de la importante aclaratoria metodológica, las notas de prensa e informes de la Plataforma le confieren a la cifra la cualidad de ser la cantidad de “venezolanos” en el extranjero, sin tomar en cuenta el riesgo de sobreestimación que ello comporta. De allí la cifra de 4,5 millones de migrantes que se cita con mucha frecuencia en la prensa internacional.

Basados en tales cifras, gobiernos, sectores políticos, organizaciones no gubernamentales, organismos multilaterales y medios de comunicación no suelen abstenerse de divulgar cifras de migrantes venezolanos exageradas y sobreestimadas, tratando de equiparar dicha migración con una “crisis de refugiados”, impidiendo así que se conozca el fenómeno en sus múltiples dimensiones.

No obstante lo anterior, la tendencia de la migración venezolana hacia la región ha presentado actualmente un abrupto viraje durante 2020. Incluso meses antes del comienzo de la crisis sanitaria por la pandemia de la COVID-19, más de 200 mil personas retornaron a Venezuela, desde Colombia, Ecuador, Perú y Brasil, principalmente, por todas las vías posibles, producto de los masivos desalojos, despidos, violencia y actos discriminatorios en su contra. Han sido numerosas las denuncias realizadas por migrantes venezolanos sobre la poca o nula atención recibida por parte de las autoridades de esos países, sin contar con que dicha población no ha sido beneficiada con planes de protección social, ni tampoco se ha contemplado un plan regional para garantizar su traslado seguro a Venezuela.

Las características socio-demográficas y laborales de la población migrante venezolana, la escasa información que poseen sobre los riesgos, oportunidades y condiciones de los lugares de destino, así como sobre las estrategias de incorporación en el mercado laboral (dadas las condiciones de partida de algunas de estas personas), son factores que pueden condicionar la vulnerabilidad con respecto a la protección de sus derechos humanos en los países de destino, debido a conductas discriminatorias, xenofobia, escaso acceso a servicios de salud y educación, falta de empleo, explotación laboral y trata de personas.

Referencias

1 En este sentido, no debe obviarse que los datos para 1987 señalaban que la población nacida en el exterior residente en el país alcanzaba el 7,40 % de la población total, con una presencia importante de personas de nacionalidad de países latinoamericanos. Por otro lado, en relación con Europa, el Instituto Nacional de Estadísticas de España evidenció procesos de migración de retorno de españoles o descendientes de españoles nacidos en Venezuela.

El desplazamiento forzoso en Colombia: consecuencia y estrategia de una guerra

Millones de personas de distintas regiones de Colombia han sido víctimas del desplazamiento forzoso durante más de 50 años, esto, en un contexto de confrontación entre diversos grupos armados y bandas organizadas del narcotráfico por el control de territorios estratégicos, pugnas por la tenencia de la tierra, eliminación de la pequeña propiedad y desestructuración de la economía agraria, desarrollo de proyectos macroeconómicos y la pérdida por parte del Estado colombiano del monopolio del uso legítimo de la violencia. Así, grandes contingentes de grupos humanos, predominantemente campesinos, se han visto obligados a desplazarse de manera involuntaria y no planificada desde zonas rurales hasta centros urbanos y áreas metropolitanas de Colombia, de lo que ha derivado un reordenamiento sociodemográfico del territorio colombiano y la formación de un modelo de ciudad de alta segregación socio-espacial en la que coexisten fuertes contrastes socioeconómicos1.

Según datos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), para finales de 2019 había 79,5 millones de personas desplazadas en el mundo como resultado de persecución, conflicto, violencia, violaciones a los derechos humanos o eventos que alteraron gravemente el orden público2, y un total de 45,7 millones de personas desplazadas internamente. Colombia es, seguido por la República Árabe Siria, el primer país con el mayor número de personas desplazadas internamente, con cerca de 8 millones3, y con un número de migrantes radicados en el exterior que se estimaba para finales de 2015 en al menos 4 millones y medio de personas.

De acuerdo con los Principios Rectores sobre el Desplazamiento Interno Forzado, primer documento de las Naciones Unidas dedicado a la cuestión de los desplazados internos, se entiende por personas desplazadas:

… [Aquellas] que se han visto forzadas u obligadas a escapar o huir de su hogar o de su lugar de residencia habitual, en particular como resultado o para evitar los efectos de un conflicto armado, de situaciones de violencia generalizada, de violaciones de los derechos humanos o de catástrofes naturales o provocadas por el ser humano, y que no han cruzado una frontera estatal internacionalmente reconocida.4

El Estado colombiano reconoció por primera vez el problema del desplazamiento forzado interno durante la administración del expresidente Ernesto Samper (1994-1998), mediante la promulgación de Ley 387 1997: “Ley para la Atención de la Población Desplazada”. Dos años antes de la publicación de este instrumento, en 1995, comenzó a saberse en el país de la existencia de un significativo y silencioso éxodo que para entonces superaba el medio millón de personas, la mayoría de ellos campesinos que por diverso tipo de hostigamientos, en su mayoría asociados al conflicto armado, habían tenido que abandonar sus hogares5. En julio de 1997 el Congreso colombiano aprobó la Ley 387 1997, donde define, en su artículo 1, que:

Es desplazado toda persona que se ha visto forzada a migrar dentro del territorio nacional abandonando su localidad de residencia o actividades económicas habituales, porque su vida, su integridad física, su seguridad o libertad personales han sido vulneradas o se encuentran directamente amenazadas, con ocasión de cualquiera de las siguientes situaciones: Conflicto armado interno, disturbios y tensiones interiores, violencia generalizada, violaciones masivas de los Derechos Humanos, infracciones al Derecho Internacional Humanitario u otras circunstancias emanadas de las situaciones anteriores que puedan alterar o alteren drásticamente el orden público.6

El documento establece que toda persona de nacionalidad colombiana, víctima del desplazamiento forzoso, tiene derecho a solicitar y recibir ayuda internacional, a gozar de los derechos civiles fundamentales reconocidos internacionalmente, a beneficiarse del derecho fundamental de reunificación familiar, a regresar a su lugar de origen y a que su libertad de movimiento no sea sujeta a más restricciones que las previstas en la ley. También se estableció la creación del Sistema Nacional de Atención Integral a la población desplazada víctima de la violencia armada, con el objetivo de desarrollar e implementar programas, proyectos y planes de carácter público y privado dirigidos a la atención integral de estos grupos vulnerables; a su reincorporación en la sociedad colombiana y a mitigar los efectos de los procesos y dinámicas que provocan el desplazamiento.

Las raíces de esta situación se encuentran en los últimos años de la década de 1940, momento en el que las guerras intestinas y la violencia bipartidista liberal-conservador desatada tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (1948) dan inicio a un masivo éxodo de población campesina hasta la capital y otras ciudades del país, situación que se extiende hasta entrada la década de los sesenta, con el surgimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), y que se agudiza a partir de la década de los ochenta “con el narcotráfico, la guerra contrainsurgente desplegada por las fuerzas militares y el impulso de organizaciones de autodefensa, que degeneraron en grupos paramilitares y en aparatos de justicia privada”7. Investigaciones señalan que los casos de desplazamiento forzado registrados durante la década de 1990 produjeron una de las crisis humanitarias más grandes en la historia de Colombia: “41 % de los afectados señalan como responsables de su desplazamiento a las guerrillas, 21 % a los paramilitares, la mayoría de ellos congregados en las Autodefensas Unidas de Colombia, y 0,8 % a los agentes del Estado”8. Se estima que el 87 % de la población total desplazada proviene de zonas rurales9.

De este complejo cuadro ha derivado la necesidad de millones de personas colombianas de movilizarse dentro del territorio para resguardar sus vidas y conseguir mejores condiciones económicas y sociales. De acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), Colombia se organiza en seis regiones10 y, a su vez, se divide en 32 departamentos y 132 provincias (caracterizadas por compartir características geográficas y culturales). Dentro de este mapeo, tenemos que, por ejemplo, el Eje Cafetero, ubicado en el centro-oeste del país e integrado por los departamentos Quindío, Risaralda y Caldas, ha sido un territorio especialmente afectado por el conflicto armado. Es una zona estratégica para actores armados ilegales y para el establecimiento de latifundios y megaproyectos, por su abundancia de recursos naturales y su ubicación privilegiada entre Bogotá, Cali y Medellín, y violencias como el desplazamiento y el despojo han sido una constante en esas dinámicas11.

Investigadores coinciden en que el desplazamiento forzoso en Colombia, más que una consecuencia del problema en torno a la tenencia de la tierra y del conflicto armado, constituye una estrategia de guerra aplicada por diversos actores armados para mantener el control sobre territorios con recursos estratégicos. Las estrategias aplicadas para la expulsión de la población y el control sobre el territorio pasan por masacres, persecuciones, asesinatos selectivos, tomas armadas de pueblos, reclutamiento de jóvenes y prohibición de circulación y prácticas de determinadas actividades12.

Derivado de estas formas de violencia, la movilización no voluntaria a los centros urbanos se ha convertido en el principal tipo de desplazamiento humano en Colombia (urbano-rural), aunque en los últimos años se ha reconocido que ha habido un traslado del conflicto armado a los principales centros urbanos del país (Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali), originándose una nueva tipología de movilidad humana de carácter intraurbana13. El confinamiento ha sido también una de las estrategias implementadas por los grupos irregulares en la disputa por los territorios, sometiendo a la población nativa a medidas de prohibición de salida y circulación, ejerciendo control sobre instituciones externas que ingresan a las regiones y la vigilancia sobre el abastecimiento de alimentos, y mediante la siembra de minas antipersona que rodean las localidades14.

Este complejo panorama, en el que una amplia gama de derechos humanos de la población colombiana son vulnerados por diversos actores, plantea retos a la sociedad civil, instituciones estatales y organizaciones internacionales, de cara a la necesidad de trazar líneas de acción en materia de políticas públicas destinadas a la atención integral de estos grupos vulnerables que, por demás, están caracterizados por una amplia heterogeneidad. Asimismo, la implementación de medidas ajustadas a las circunstancias actuales y reales de estos contingentes humanos obliga, necesariamente, a avanzar en un análisis profundo de las causas históricas, económicas y sociales que han originado y mantenido en el tiempo la presencia de estos flujos migratorios internos a pesar de los diversos programas, planes, marcos e instrumentos jurídicos adoptados por las administraciones del país durante las últimas décadas.

Referencias

1 Martha Inés Villa. “Desplazamiento forzado en Colombia. El miedo: un eje transversal del éxodo y de la lucha por la ciudadanía”. Revista Controversia, 2006; Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE, 2000).

2 Acnur, 2020.

3 Según Acnur, la cifra exacta es de 7.976.412. Según la Unidad de para la Atención y la Reparación Integral a las Víctimas, la cifra asciende a 8.101.759 personas desplazadas internamente.

4 Ibidem, 1998.

5 Id. Villa, 2006.

6 Ibidem. Acnur, 1997.

7 y 8 Sandra Milena González. “El desplazamiento forzado interno. Una comparación entre Colombia y Perú”. Universidad de Antioquia. Colombia, Estudio Político, 2018.

9 Centro Nacional de Memoria Histórica. Una nación desplazada: informe nacional del desplazamiento forzado en Colombia, Bogotá, CNMH – UARIV.  (CNMH, 2015).

10 Región Caribe; región Eje Cafetero y Antioquia; región Pacífica; región Central; región Llanos/Orinoquía; región Amazonía.

11 Comisión de la Verdad, Colombia, 2020.

12, 13 y 14 Ibíd. Villa, 2006.

Colombia ante la pandemia: desigualdad y migración

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha señalado que la irrupción de la pandemia de la COVID-19 en la región vino a exacerbar los ya altos niveles de desigualdad, informalidad laboral, desprotección social y vulnerabilidad presentes en los países latinoamericanos y caribeños, caracterizados por sistemas de protección social débiles, fragmentados, y por la presencia de asentamientos urbanos marginados con limitado acceso a servicios públicos.1

Por otro lado, la región también concentra el segundo número más alto de muertes por el virus después de Europa, con un registro de 601.256 fallecimientos2. Para el 8 de marzo de 2021, Brasil y Colombia se ubicaban como los países con el mayor número de casos confirmados de COVID-19 en América Latina y el Caribe. Brasil a la cabeza, con 11.019.344 contagios, seguido por Colombia, con una cifra de 2.276.656 casos3. De esta cifra, se recuperaron 2.180.777; fallecieron 6.598 personas; y se mantienen activos alrededor de 30 mil casos, según datos del Ministerio de Salud de Colombia.

Ante la crisis sin precedentes derivada de la pandemia de la COVID-19, el gobierno de Iván Duque ha implementado una serie de medidas restrictivas orientadas a detener la propagación del virus SARSCoV2, tales como confinamiento, cuarentena, aislamiento preventivo y restricciones de movilidad. No obstante, organismos internacionales y estudios académicos han advertido que dichas medidas han provocado un considerable aumento de la pobreza y la desigualdad a nivel global, siendo perjudicadas, principalmente, las personas que trabajan en la economía informal y que dependen de los ingresos que generan diariamente.

El 12 de marzo de 2020, tras seis días de la confirmación del primer caso de COVID-19 en territorio colombiano, las autoridades gubernamentales declararon el estado de emergencia sanitaria para la contención del virus, y posteriormente, el 24 de marzo, la cuarentena obligatoria nacional por 19 días, medida que para la fecha únicamente había sido adoptada en la región por los gobiernos de Venezuela y Argentina. En el caso colombiano, la cuarentena fue solicitada por diversas organizaciones del sector de la salud, las que instaron al gobierno, en una carta pública, a la aplicación de “medidas más drásticas de las que se han tomado hasta la fecha, para evitar los nefastos cambios de indicadores epidemiológicos que ha sido una constante en esta crisis”.4

El Decreto 457 contempló la restricción de la libre circulación de personas y vehículos en el territorio nacional, la suspensión del transporte doméstico por vía aérea y la imposición de sanciones penales (como multas y encarcelamiento) a quienes incurrieran en una violación de la normativa. Como era de esperarse, estas medidas tuvieron efectos negativos sobre la actividad económica y, en consecuencia, generaron la pérdida de empleos e ingresos para un amplio sector de la sociedad colombiana, históricamente marcada por la desigualdad, la discriminación y la exclusión social.

Mientras las personas ubicadas en estratos medios y altos de la población poseen condiciones socioeconómicas para hacer frente a las medidas de aislamiento y confinamiento, las que se encuentran en estratos bajos y medio-bajos ven especialmente afectados sus ingresos ante el descenso del empleo informal y las restricciones de movilidad, además de estar expuestas a un riesgo mucho mayor de contraer el virus.5

Este fue el contexto que impulsó a una parte importante de migrantes de origen venezolano que se encontraban en Colombia a emprender el viaje de regreso a su país, precisamente debido a que esta población sobrevivía fundamentalmente en la economía informal. Sin embargo, como consecuencia de las medidas de cierre de fronteras, las personas que retornaban se vieron obligadas a utilizar pasos irregulares, con los riesgos que todo ello comporta.

Debido a que el retorno de personas venezolanas se produjo en varios países de la región, por Colombia transitaron personas provenientes de Perú, Ecuador y Chile, que forzosamente tenían que buscar alternativas a los pasos fronterizos clausurados para poder llegar a Venezuela. Se estima que entre la frontera entre Colombia y Venezuela pasaron más de 200 mil personas entre marzo y diciembre de 2020, buena parte de ellas en condiciones muy depauperadas.6

Un estudio realizado por la Universidad de los Andes sobre el patrón socioeconómico en la ciudad de Bogotá, arrojó que los grupos socioeconómicos más vulnerables están expuestos a un mayor contagio de la COVID-19. Por ejemplo, hasta julio de 2020, en el estrato 1 hubo 93 contagios y 3,1 muertes por cada 10.000 hogares; en el estrato 2 hubo 56,4 contagios y 2 muertes; mientras que en el estrato 6 solo 8 contagios y 0,6 muertes. Es decir, “más de 10 veces es la diferencia de contagios entre los de arriba y los de abajo”. Por la forma como se integró la población venezolana a la economía colombiana, es de suponerse que esta población respondía a las características de los estratos más bajos, así como sus mayores riesgos para la infección por coronavirus. Este hecho se ve constatado por la información recopilada por las autoridades sanitarias venezolanas a través de los dispositivos instalados en los pasos fronterizos desde el mes de marzo de 2020, en donde fue evidente que conforme pasaron los meses, la cantidad de personas infectadas provenientes de Colombia fueron en ascenso.7

Por otra parte, el flujo de migrantes hacia los Estados Unidos de América, y que pasa por el Tapón del Darién, entre Colombia y Panamá, se vio ralentizado como consecuencia de la pandemia. Sin embargo, se registró que entre enero y octubre de 2020, las autoridades panameñas interceptaron a 287 migrantes africanos que provenían de Colombia, que constituye uno de los países de paso. En 2019, esta cifra era de alrededor de 5 mil personas. Se debe tener en cuenta que por lo general, los migrantes provenientes de países de África y Asia viajan en avión hasta algún país con frontera con Colombia con visas de turistas, para luego internarse en territorio colombiano y continuar su viaje hasta el norte, pagando coyotes en cada frontera. La suspensión de vuelos implicó una caída de este flujo.8

En este sentido, la dinámica migratoria en Colombia durante la crisis pandémica se ha visto claramente alterada. Por una parte, se produjo la migración venezolana de retorno, tanto desde el propio territorio colombiano como desde otros países de la región y por el otro lado, las migraciones hacia Panamá, provenientes de África y Asia, han quedado suspendidas, salvo para quienes ya se encontraban en el continente americano al momento de iniciarse la suspensión del tráfico aéreo intercontinental.

Referencias:

1 Disponible en: https://www.cepal.org/es/comunicados/pandemia-provoca-aumento-niveles-pobreza-sin-precedentes-ultimas-decadas-impacta

2 Disponible en: https://ticotimes.net/2021/02/03/latin-america-and-caribbean-top-600000-covid-19-deaths

3 Disponible en: https://es.statista.com/estadisticas/1105121/numero-casos-covid-19-america-latina-caribe-pais/

4 Disponible en: https://www.eltiempo.com/uploads/files/2020/03/17/20.03.16%20-%20GREMIOS%20MEDICOS%20-%20Carta%20al%20Presidente%20Duque.pdf

5 Disponible en: https://www.france24.com/es/20200406-colombia-tela-roja-ayuda-coronavirus-pobreza-cuarentena

6 y 7 Disponible en: https://sures.org.ve/wp-content/uploads/2020/09/VISION-PANORAMICA-SOBRE-EL-COVID-19-Y-LA-MIGRACION-VENEZOLANA.pdf

8 Disponible en: https://www.eluniverso.com/noticias/internacional/pese-a-peligros-en-rutas-africanos-eligen-america-para-escapar-de-crisis-y-pobreza-en-sus-paises-nota/

Afros e indígenas en Colombia: entre la violencia armada y el desplazamiento forzado

El desplazamiento forzado del que es víctima la población colombiana desde hace 50 años, con su origen en la violencia bipartidista desatada a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y en la ola de violencia del narcotráfico y la guerra contrainsurgente durante la década de 1980, ha tenido connotaciones especiales y muy específicas sobre los grupos étnicos de ese país, como lo son las comunidades afrocolombianas e indígenas1. Son estos grupos humanos los que han sufrido, en mayor medida, los efectos del desgarramiento cultural y psicosocial que produce el proceso de deslocalización y desterritorialización que deja tras de sí la migración forzada. Al mismo tiempo, la pérdida del territorio que acarrea el conflicto interno colombiano, ha alterado distintos aspectos de la vida de las comunidades –economía, cosmovisiones y prácticas culturales–, al cual está indisolublemente ligada debido a que este es un espacio dotado de una profunda carga simbólica y de múltiples sentidos ordenadores de la realidad2.

El fenómeno del desplazamiento forzado colombiano responde a una lógica de la concentración de la propiedad agraria y control territorial por parte de latifundistas, grupos armados y bandas organizadas del narcotráfico, así como al desarrollo de megaproyectos ligados a inversión en grandes obras de infraestructuras y explotación de recursos naturales llevado a cabo por el capital nacional y trasnacional. En medio de estas pugnas y alianzas entre diversos actores legales e ilegales, las comunidades afrocolombianas e indígenas han sido desterradas y despojadas de sus territorios ancestrales, mediante prácticas que acarrearon graves vulneraciones a los derechos humanos, caracterizadas por masacres, asesinatos selectivos y desapariciones forzosas de personas3.

Según cifras del Sistema de Información sobre Derechos Humanos y Desplazamiento (Sisdhes), creado por la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes), un total de 32.217 personas fueron desplazadas forzosamente en Colombia durante 2020, siendo el Pacífico colombiano (conformado por municipios costeros de los departamentos de Cauca, Chocó, Nariño y Valle del Cauca) una de las regiones más afectadas; solo en uno de los departamentos que forma parte de esa región, Nariño, se concentró el mayor número de eventos de desplazamiento (30), dejando 11.470 personas en esta situación. De igual modo, más del 50 % de las víctimas de desplazamiento pertenecían a pueblos étnicos diferenciados, siendo la población afrodescendiente la que presentó mayor número de desplazados con 9.150 personas, mientras que 7.049 pertenecían a pueblos indígenas4.

El Pacífico es una de las regiones más afectadas ante la violencia de los grupos armados y las actividades criminales e ilegales de las bandas del narcotráfico. Codhes precisó, en un boletín publicado en noviembre de 2017, que para ese año esta región concentraba el 33 % del total de las acciones armadas y de infracciones al Derecho Internacional Humanitario, en agresiones directas contra la población civil por parte de grupos armados ilegales sin identificar, la Fuerza Pública, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y otras guerrillas disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)5. Así también, para el mismo año, el Pacífico colombiano concentró el 68 % de los desplazamientos masivos y múltiples ocurridos a nivel nacional6. De acuerdo con la organización, esto obedece a que esta área, que reúne la mayoría de los territorios afrodescendientes titulados y de resguardo indígena, constituye el corredor de salida de narcóticos hacia otros países y concentra el mayor número de hectáreas cultivadas de coca (Nariño y Cauca).

Recientemente la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, hizo un llamado a las autoridades colombianas a tomar medidas efectivas para proteger a la población de la violencia persistente a lo largo de todo el país, haciendo énfasis en la necesidad de que la Comisión Nacional de Garantías de Seguridad desarrolle una política pública para desmantelar “las organizaciones criminales que hayan sido denominadas como sucesoras del paramilitarismo y sus redes de apoyo, tal y como se solicitó en el Acuerdo de Paz de 2016”. Asimismo, urgió a las autoridades a llevar a cabo investigaciones rápidas, exhaustivas e imparciales sobre todas las denuncias de abusos y violaciones de derechos humanos reportadas, y a que defiendan los derechos de las víctimas a la justicia, a la compensación y a la reparación7

En este sentido, investigadores en la materia sostienen que una de las causas del sostenimiento en el tiempo de esta tragedia humanitaria interna descansa en la debilidad del aparato estatal colombiano. De acuerdo con Ceballos Bedoya, la fragmentariedad y precariedad de la institucionalidad del Estado colombiano ha sido una constante en la historia nación, condición que explicaría el por qué las autoridades estatales se ven impedidas de ejercer y mantener el control sobre amplias porciones del territorio nacional. “En un Estado estructurado y operante el desplazamiento forzado no dejaría de ser un evento esporádico, coyuntural, sin que se configurara una catástrofe humana de tan prolongada duración y tan incontenible fuerza como la de la experiencia colombiana”.8

Ante la ausencia de una institucionalidad sólida y la no tenencia del monopolio del uso legítimo de la violencia para el mantenimiento del orden interno, la sociedad colombiana se encuentra frente a un Estado vulnerable, incapaz de proveerle seguridad y servicios. Así, se abren espacios para la emergencia de dinámicas paraestatales que derivan en la disputa de distintos grupos por el poder y que se expresan en un ambiente generalizado de violencia. De acuerdo con información del Instituto de Estudio para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), para el período 2018-2019 habían desplegados a lo largo del territorio colombiano 15 grupos narcoparamilitares con actuaciones definidas9 y con vínculos estrechos con el aparato estatal. Sobre este punto, la organización no gubernamental Human Rights Watch ha denunciado durante décadas la coordinación activa entre brigadas del Ejército colombiano, destacamentos policiales, unidades gubernamentales y los grupos paramilitares en el objetivo común, entre otros, del combate contra la guerrilla. En palabras de un funcionario municipal colombiano, la relación entre ambos actores constituye “un matrimonio”10.

En un artículo publicado por la Asociación Nacional de Afrocolombianos Desplazados (Afrodes), Marino Córdoba, activista por los derechos humanos y director de la organización, narra los sucesos ocurridos los días 20 de diciembre de 1996 y los días 26 y 27 de febrero de 1997 en el municipio Riosucio, departamento del Chocó, episodio que pasó a la historia bajo el nombre de “Operación Génesis”y que ha sido una de las más cruentas acciones de guerra protagonizada por paramilitares e instituciones del Estado colombiano contra la población civil afrocolombiana. Allí unieron fuerzas el ejército colombiano y paramilitares en una supuesta maniobra antisubversiva, estableciéndose en el lugar, ejerciendo control sobre la circulación de la población y los alimentos, improvisando cementerios clandestinos y obligando a los pobladores a abandonar su territorio. Decenas de personas fueron desaparecidas y asesinadas, otras tuvieron que huir para salvar sus vidas. Cuando las comunidades denunciaron los hechos, “les cayó todo el peso de la ley, muchos fueron asesinados y desaparecidos, otros aún tienen procesos judiciales y las comunidades han sido y son estigmatizadas como colaboradoras de la guerrilla o paramilitares”11.

Ante este este dramático cuadro de violencia generalizada, resulta imperativo apoyar la labor que desde hace décadas vienen realizando distintas organizaciones de la sociedad civil colombiana, orientadas a la implementación de acciones para sensibilizar a los distintos sectores de la sociedad nacional respecto a la urgente necesidad de proteger a las poblaciones afro e indígenas del país, particularmente afectadas por la violencia armada. Asimismo, instar a las instituciones colombianas a fortalecer su compromiso en el seguimiento y la veeduría a las obligaciones del Estado para garantizar la protección de los derechos humanos fundamentales de la población en situación de desplazamiento forzado interno.

Referencias

1 Elsa Rodríguez. “Región andina: dinámicas poblacionales y políticas públicas- Encuentro internacional”, en ACNUR, 09/07/2008. Disponible en: https://www.acnur.org/fileadmin/Documentos/Pueblos_indigenas/palau_2008_indigenas_afrocol_despl.pdf?view=1

2 Luis A. Arias. “Indígenas y afrocolombianos en situación de desplazamiento en Bogotá”, en Portal de revistas Universidad Nacional de Colombia, 01/01/2011. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/tsocial/article/download/28365/38859

3 Revertir el destierro forzado: protección y restitución de los territorios usurpados a la población desplazada en Colombia, en Comisión Colombiana de Juristas, 2006. Disponible en: https://www.coljuristas.org/documentos/libros_e_informes/revertir_el_destierro_forzado.pdf

4 Jennifer Gutiérrez y Francy Barbosa “Desplazamiento forzado en Colombia. ¿Qué pasó en 2020?”, en Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, 16/02/2021. Disponible en: https://codhes.wordpress.com/2021/02/16/desplazamiento-forzado-en-colombia-que-paso-en-2020/

5 y 6 “Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento CODHES”, en Boletín CODHES Informa, 10/2017. Disponible en: https://codhes.files.wordpress.com/2018/05/boletc3adn-codhes-informa-93.pdf

7 Comunicado Oficina del Alto Comisionado (2020), “Bachelet insta a Colombia a aumentar la protección de la población debido al aumento de la violencia en zonas rurales”, 15/12/2020. Disponible en: https://www.hchr.org.co/index.php/informacion-publica/comunicados-de-prensa/450-ano-2020/9504-bachelet-insta-a-colombia-a-aumentar-la-proteccion-de-la-poblacion-debido-al-aumento-de-la-violencia-en-zonas-rurales

8 María A. Ceballos. “El desplazamiento forzado en Colombia y su ardua reparación”, en Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 15, Nº 29, 2013. Disponible en: https://core.ac.uk/download/pdf/51408659.pdf

9 Indepaz. “Informe sobre presencia de grupos armados en Colombia. Actualización 2018 y 2019”, 08/2020. Disponible en: http://www.indepaz.org.co/wp-content/uploads/2020/11/INFORME-GRUPOS-ARMADOS-2020-OCTUBRE.pdf

10 Human Right Watch. “La ‘sexta division’. Relaciones militares-paramilitares y la política estadounidense en Colombia, 01/2001. Disponible en: https://www.hrw.org/es/report/2001/10/04/la-sexta-division/relaciones-militares-paramilitares-y-la-politica-estadounidense

11 Marino Córdoba. “24 años de la operación Génesis, un genocidio que sigue impune en Colombia”, en Afrodes, 23/12/2020. Disponible en: http://www.afrodescolombia.org/operacion-genesis-marino/#more-4306